Escribe: Danny Marcos.
Periodista en Punto Central.
En 201 años de independencia, el Perú es un país donde la política, sus gobernantes y las instituciones, han alcanzado un nivel de degradación muy alto. La población sabe que todos los gobernantes anteriores a Castillo -incluido éste-, han llegado al poder para asaltar al estado y repartirse cargos y recursos, dejando de lado el sentido común que exige gobernar para las mayorías.
El legado Cleptocrático que recibió Castillo también lo sedujo como a sus antecesores en la presidencia de la República. Un Palacio de Gobierno que a través de quien ejercía la presidencia , se fue convirtiendo en un garito desprestigiado. Y que mantuvo hasta las últimas horas en el cargo a un presidente que no tuvo ni el apoyo de su propia escolta de seguridad al dar su golpe de estado.
Castillo actuó con total desconocimiento de lo que es el mecanismo de golpe de estado: que requiere de actores, de procesos y sincronías para que tenga éxito. Castillo, tuvo que resistir al racismo de la capital, enquistado en la clase política y sectores de población de ultra derecha. Y soportar las acusaciones de fraude y delitos. Todo eso parece que agravó la neurosis y estado emocional en él: un Castillo inseguro y con temblores de mano leyó su proclama golpista que tuvo escaza reflexión y planificación.
En medio del golpe, el ex presidente se quedó sin sus más cercanos áulicos. Sus ministros fueron renunciando uno tras otro. Y terminó neutralizado en horas por el congreso que no tardó en aprobar la vacancia presidencial. Un congreso a la medida de su conveniencia para seguir con el usufructo del poder a través de las prebendas. Por eso, Castillo y el Congreso tienen dos actitudes en común: el cinismo y el interés de aprovechamiento del poder.
El poder de Castillo feneció, solo el congreso ha sobrevivido. Pero no olvidemos, que es un poder legislativo con gente que le gusta el "toma y daca", que funciona eficiente con el sistema de prebendas: comprando conciencias mediante puestos, obras, presupuestos, leyes, y otros beneficios, que alimentan esta cultura política peruana perversa que nos denigra como sociedad y evita alcanzar el desarrollo social que necesita el país.
Surge entonces la pregunta: ¿Dina Boluarte es la solución a la crisis? ¿Su gobierno es la salida a la convulsión social que ya aumenta en el país? O debe convocar en corto o mediano plazo a elecciones generales como lo piden las protestas? Lo cierto es que la presidenta Boluarte ha empezado mal: designando un gabinete de derecha, siendo ella elegida por un partido de la izquierda; un gabinete más técnico que político, que es un talón de Aquiles al no tener la capacidad de negociación y solución de conflictos frente a las protestas sociales. A eso hay que sumarle la brecha social amplia de desigualdad y la crisis mundial que ha encarecido precios de alimentos. Todo eso configura un caldo de cultivo propicio para una tormenta perfecta a nivel político, social y de gobierno.
Dina Boluarte -peor aún- no tiene bancada en el congreso. Y así logre conciliar con los grupos parlamentarios no debemos olvidar que los congresistas tienen altos niveles de desprestigio y desaprobación en la población: de ahí surge el grito desesperado de que "se vayan todos" y las protestas que gritan "nuevas elecciones generales". Dina esta sola en términos políticos.
En definitiva, el problema es la crisis del sistema. Es la gente que está en el poder y que solo gobierna para sus intereses, quitando y retrasando egoístamente las reformas necesarias para generar el bienestar de un pueblo que ya no cree en los políticos y que está a punto de estallar en su impotencia de ver a gobernantes corruptos y prebendarios.
Es necesario el diálogo, pero con autoridades desprestigiadas y con reputación en crisis, es casi imposible. La mejor salida parece ser convocar a nuevas elecciones generales. Y es urgente que asumamos que ni la izquierda ni la derecha son la solución: solo una opción de centro podría ser que haga posible a este país, previas reformas del sistema para asegurar un gobierno de consenso. Y la ciudadanía debe asumir que, la próxima vez, debe elegir mejor para evitar un golpe innecesario y apresurado.
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